No nos robaron joyas
nos quitaron nuestra dignidad nacional
Alex D.
10/1/20252 min read


Ya basta.
No es orgullo ciego reconocer que el patrimonio francés es uno de los más extraordinarios del mundo.
No se trata de decir que Francia es “mejor” que los demás, sino de recordar que pocos países han dejado una huella tan profunda en la historia de la humanidad a través del arte, la arquitectura, la literatura, la gastronomía o el pensamiento.
Pero ver ese mismo patrimonio en manos de una administración incapaz de protegerlo es, sinceramente, doloroso.
Permitir que unos ladrones alquilen un simple camión elevador, entren al Louvre, y se lleven nuestras joyas nacionales con herramientas de ferretería comunes… es más que un robo: es una humillación.
Una herida en el alma de un país que alguna vez hizo del arte su religión.
Cada vez tengo más la sensación de que Francia está dirigida por personas que ya no aman a Francia.
Por burócratas que gestionan la cultura como si fuera un Excel, sin entender que ahí dentro —en un museo, una iglesia, una piedra tallada o una melodía— se encuentra nuestro ADN colectivo.
Lo que nos conecta con quienes fuimos, lo que nos da sentido como nación.
Y es precisamente por eso que existe este proyecto, este espacio, este “Camino a Francia.”
Porque yo no quiero quedarme callado mirando cómo se apaga esa luz.
Quiero compartirla, transmitirla, multiplicarla.
Quiero que los que aman Francia —desde México, Colombia, Argentina o Chile— puedan sentir lo que yo siento cuando camino por una calle de París, cuando veo una pintura de Monet, o cuando escucho a Brassens cantar sobre la vida con ironía y ternura.
Vivimos tiempos extraños.
Tiempos en los que amar a tu país te convierte en sospechoso.
Tiempos en los que el patriotismo se confunde con arrogancia, y el amor por la cultura con nostalgia.
Pero yo sigo creyendo que amar a Francia no es mirar atrás, sino mantener vivo lo que todavía puede inspirar al mundo.
He descubierto, con emoción, que los mayores admiradores de la cultura francesa ya no están en París, sino al otro lado del Atlántico.
En América Latina.
Ustedes, los que estudian francés, los que leen a Camus o a Hugo, los que sueñan con caminar por el Sena o visitar Montmartre, son hoy los verdaderos guardianes de esta herencia.
Y por eso, gracias.
Porque mientras haya gente como ustedes, la cultura francesa seguirá viva.
Porque, en el fondo, amar a la cultura francesa ya es hacerla vivir.
